LA INVENCIÓN DE UNO MISMO
La única razón para que el tiempo exista
es para que no ocurra todo a la vez.
Albert Einstein
Los pactos
autobiográficos
Conocerse a uno mismo,
saber que en realidad no se sabe nada, mirarse en retrospectiva, darnos cuenta de que
siempre volvemos sobre nuestras propias huellas, o en consonancia intuir un deja vu; son ecos y pensamientos que de manera recurrente son citados por filósofos, poetas, científicos e historiadores. La
memoria colectiva y particular se fortalece y diversifica con estos estados
repetitivos. Las obras literarias también. Ellas: historia y literatura, se
valen de esta memoria que es a la vez singular y familiar. De esta dualidad enmascarada
se es consciente a la hora de escribir, o quizás está más presente en el
proceso de lectura de un libro de historia o de una novela. Los textos híbridos
acentúan esta percepción. No sólo se repiten los protagonistas, las historias o
argumentos, sino también las imágenes y los espacios. El Yo
es otro de Rimbaud se proyecta en distintos ámbitos y géneros artísticos. Mientras
exista el ser humano, la historia y la literatura harán de la memoria universal:
una medida perfecta y reinventada.
En
lo que respecta a la Crítica Literaria, adentrémonos en un tema (¿Debo decir
género?) de la literatura que nos resulta novedoso, y sin embargo es obvio que
los rasgos estéticos que lo caracterizan, poseen antecedentes notables que están
inmersos en infinidad de obras literarias según las reflexiones teóricas de
Philippe Lejeune. Hablo de la autobiografía o de la llamada autoficción, y de las
fronteras que la trazan. De la lectura de César Aira, Cumpleaños, encontramos como diría Alfonso Reyes refiriéndose
al ensayo, que se asemeja a un centauro,
no sabemos ya si se mira a un caballo con rasgos de hombre, o a un
hombre con rasgos de caballo. De manera análoga, con Aira sucede algo parecido, no podemos asegurar tajantemente si estamos ante una ficción, o bien ante una autobiografía.
Cumpleaños: nacimiento nuevo
Dice Vicente Huidobro
en el primer verso de Altazor: “Nací
a los treinta tres años, el día de la muerte de Cristo”. Imagen versificada y de
altura considerable, como punto de partida, desde donde es posible lanzarse a
vivir. Pero cumplir 50 años de vida es de la misma manera un renacer, nos dice el
protagonista de Cumpleaños. Y al
igual que en el poeta chileno, es en la escritura donde se toma conciencia de que
la misma es un gesto creador que restaura el sentido de la existencia. En el texto de Aira, esto también acontece a
través de un hecho cósmico, a causa de un tema:
Mi ignorancia en este punto de cosmología básica
se explica simplemente por la distracción.
Una distracción histórica.[1]
El ignorar la causa que provoca las fases de la luna, remite
al escritor protagonista al pasado, en un momento en el que debió conocer las
primeras asociaciones con el tema de su ignorancia atrasada, por llamarlo así. Aparecen
en esta parte de la novela, imágenes astrales que ofrecen un sentido poético de
la memoria: delgadísima medialuna de mi
cerebro; estaba en la luna; lo más grave en la cantidad de agujeros
iguales a éste de los que estará hecho mi pensamiento, punto ciego, la silueta
de un monstruo. Todas ellas asocian conductas de la memoria con los
comportamientos y formas de la luna. Está también la metáfora de las fases
lunares como fases de aridez o de productividad por las que atraviesa un
escritor. O cierta licantropía en la que el creador se ve atrapado.
A través de la luna, el protagonista va alejándose del
presente como un astronauta que contempla la tierra, y en ese estado toma
conciencia de la lejanía en la que se halla, midiendo la distancia que existe entre
la infancia y la senectud de su vida terrenal. Su cumpleaños le dice que está
entrando en otra fase. Todo el tiempo perdido, recuperado sólo en la memoria. Y
ese tiempo como una eternidad observada desde donde ya no hay más tiempo que
perder.
El sentido de la escritura y lectura
En el segundo y tercer
capítulo de la novela nos da cuenta el protagonista del estilo de su escritura.
Es en realidad cuando nos indica que estamos ante el trabajo de un escritor. Hay
un diálogo con una mesera donde se relatan confidencias de escritura: el
escribir como hábito y medio de expresión, los unos y otros motivos por los
cuales se escribe, los lugares donde es posible escribir, las herramientas de
que se vale uno para escribir. En fin todo el capítulo sobresale por ello. La
figura de Cristo como en Altazor aparece
como símbolo de muerte y resurrección, y por asociación, con las horas que se
van y regresan, y con el sueño y la vigilia como una muerte misma y
resurrección instantánea. También está el diario de un escritor a través de las
recopilaciones de ideas que surgen en el día, en el despertar, en el deambular
cotidiano; y los cuadernos como sustitutos de esa memoria escurridiza que no logrará encontrar después el hilo que une a todo ese grupo
espontáneo de inspiraciones. En este sentido, la escritura, es presentada como un
remedio para la memoria
En el cuarto capítulo reflexiona el escritor sobre la lectura.
Leo un libro tras otro, dos por día si no son muy largos,
Si son demasiados malos(…)
apuro un poco la lectura en los últimos capítulos,
me salteo páginas: nunca lo dejo sin terminar.
Por una superstición de la que debería liberarme.[2]
La
escritura y la lectura son dos ejercicios de la memoria y del olvido. La
lectura como predicción. Y sin embargo se está siempre en riesgo de
equivocarse. La lectura de la vida como un tema de escritura, como un libro en
el cual se puede cambiar en cualquier momento. Darle un giro distinto. Y lo
particular como punto esencial de lo único e irrepetible.
La postergación de los tiempos
En
el quinto capítulo el autor protagonista nos habla de la Historia como un astro redondo
en continuo movimiento. Todo gira en forma cíclica. Retoma de nuevo el tema
de la postergación de la que habla al inicio, donde el azar, lo revés, el medir
los lapsos del tiempo de una manera particular, nos llevan a giros espirituales
inconcebibles. Está por ejemplo el de los chacareros que al abandonar el campo
para volverse taxistas, conservan el hábito de madrugar, lo cual les resulta
muy útil en la búsqueda de pasajeros. Y en un efecto de traslación o rotación,
pudiera decirse, éstos conservan en su memoria el perfume de las flores que olían los campos. Se acostumbraron a su olor. Por ello, emplean desodorantes de ambientes en
sus taxis. De cierta manera, intentan también postergar los nuevos tiempos por donde
transitan, con la aplicación de esa costumbre de los viejos tiempos.
El escritor también ha postergado dos temas para el final de
su escritura: la analogía de la vigilia y el sueño, con el de la vida y la
muerte. Los trata del sexto al noveno capítulo. Para él el Limbo (que un Papa ya
descartó que exista) y el Cielo no pueden existir como tiempos de otras vidas: <<Si no se ha vivido una vida, ¿qué
sentido tiene empezar otra?>>[3].
Por eso el dormirnos por separado y despertarse igual por separado es
participar con la realidad del mundo. Abandonamos el mundo por un instante durante
el sueño, y lo retomamos en la vigilia donde lo dejamos de manera particular,
sin embargo el mundo como un todo, es ya otro sin que lo notemos. Somos
contemporáneos de la humanidad no de la nulidad. Esto en oposición al Juicio
Final que busca mantenerse como una postergación de los tiempos nuevos.
El escritor encuentra
en su trabajo, luego de veinte libros publicados, que el conjunto de
todas sus obras, representan una sola, una única: la Enciclopedia. La
vida misma escrita con todas las anécdotas vividas, contadas siempre
al borde la muerte. <<Lo histórico soy yo>>[4],
sería el colofón de la magna existencia. Pero el tiempo no da saltos, va dando
pasos lentos pero seguros, como los que dio Évariste Galois en 1832 en razón del duelo en el que se vio
involucrado. Esas marchas conducen a la muerte pero también dejan atrás una
obra particular, que puede ser escrita en una sola noche, o en las horas del
tiempo de uno, desde luego únicamente si se está despierto. Es ese hecho histórico
lo que provoca contar los cincuentas pasos que en suma dan los actores del
duelo, y que son también para el protagonista los cincuenta años en las que se
termina una existencia (Galois) y comienza otra (d'Herbinville). Tal vez la
postergación de vivir la vida completamente se termina cuando se está al borde
de la muerte. Pero para ello se necesita valor y no lágrimas.
La invención de uno mismo

Bibliografía
Aira, Cesar. Cumpleaños. Barcelona: Mondadori, 2001.
Lejeune, Philippe. El pacto
autobiográfico y otros estudios. Madrid: Megazul-Endymion, 1986.
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