Keep Walking

Alas en los pies tuvo el creador del whisky cuyo símbolo de la Época Victoriana es un dandi enigmático que avanza a paso redoblado. Estas zancadas a solas, conducen más temprano que tarde a una metamorfosis como la de Saulo en Damasco: visión de mediodía, asombro grandilocuente, el ingenio de Teseo y libertad del espíritu. El gran caminante al igual que un gran filósofo conoce de  las buenas teorías sobre el andar. Por lo cual, si para los oídos incansables existe El arte de la fuga de Bach, para los pies inalcanzables deambula en librerías El arte de caminar de William Hazlitt (1778-1830) y Robert Louis Stevenson (1850-1894). Este librito de bolsillo publicado por la UNAM, reúne dos ensayos escritos en dos generaciones distintas pero cuyos títulos y contenidos, pertenecerán por siempre a cualquier tiempo. Dar un paseo y Excursiones a pie son reflexiones que solamente permiten sentarnos por escasos minutos. A través de apuntes coloquiales sobre la errancia meditabunda, Hazlitt y Stevenson coinciden en que llegada la noche se tiene una topografía de recuerdos que la memoria y el cuerpo agradecerán a la hora del sueño. Por lo tanto, será mejor realizar estas caminatas antes que los años se cuenten por sí solos o las enfermedades nos hagan sentir el Ctrl+Tab desactivado en nuestras piernas.
La parte del libro que corresponde a Hazlitt encanta por el tono vivificante, testimonial y gracioso que hay en su prosa. El lector que sea de espíritu romántico no omitirá en su lectura las enumeraciones naturistas con las que el autor eleva su aliento poético: "Intentaría despertar las ideas que yacen dormidas en riscos dorados bajo las nubes del atardecer". Todas las bellas comparaciones y personificaciones del estilo de Hazlitt son aristotélicas, de tierra fértil, no por petulancia sino porque la prosa inglesa respiraba esos aires de naturalismo elegíaco por cuyo camino bordeado de rosas y espinas llegarían también a oírse los pasos de Darwin. 
La segunda parte de la obra corresponde a Stevenson. Los mayores elogios a este escritor fueron de Chesterton y Borges. Este último, dijo gustar tanto de la prosa del escocés como de los mapas y relojes de arena. Quizás porque su ceguera tenía como tesoro la soledad de una isla. Stevenson a diferencia de Hazlitt no olvida su mochila y de manera etimológica prefiere llamar "excursión" a una caminata sin compañía. Ve en este ejercicio, el encuentro con el mejor humor posible para liberar las tensiones diarias a causa de la mecánica de las prisas y del Utilitarismo. Las frases del estilo de Stevenson cuelgan ligeras como los tirantes de la mochila que lo acompaña. Sus analogías también aunque por momentos resultan más hedónicas que ilustrativas. 
Las horas dadas por la campana de La Torre del Reloj jamás retumbaron en los tímpanos de Hazlitt. Sin embargo, durante los tiempos de Stevenson, el Big Ben era ya el símbolo por excelencia de Londres. De tal modo que el asunto de las caminatas se volvió para los ingleses en una cuestión más de puntualidad que de placer. El creador de La isla del tesoro parece tomarlo en cuenta cuando dice que 


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