PARÁFRASIS DEL ALTOLECTOR O EL VIAJE DE LOS CAÍDOS EN EL LIBRO


Al poeta implacable, 
al magistral mago de las letras hispanas,
a mi muy leído Vicente Huidobro.


Nací a los diecinueve años, el día de La caída de la casa de Usher; nací en el trópico, bajo los almendros y los tábanos del calor. 
Tenía yo un iracundo mirar de Rimbaud, de Baudelaire y de Sabines sentimental. Lanzaba blasfemias. 
Mi padre fue petrolero e irremediablemente abstemio, pero su trabajo era más admirable que el de Hefesto.

Amo la lluvia, obrera de todas las nubes.
La ronca lluvia, la lluvia de Macondo, la que viene de allá y la que se aleja de acá.
Mi madre hablaba como Sor Juana y como el aleteo del colibrí. Tenía los cabellos color de heroísmo y argivos ojos de mediodía.
Una tarde, cogí mi cuaderno y dije: <<entre una coma y varios puntos>>. He aquí la escritura que se acerca como hembra de Comala.
Mi abuela contaba historias de santos en mis primeros baldíos días.
Y ahora mi imaginación cae de hoja en hoja por los espacios blancos del monitor.
Los segundos días encontré a un poeta desconocido que me dijo:<< si yo no poetizara a la vida no la viviría. ¿Qué fecha es hoy?>>. Leyó las líneas de mi poema, me lanzó tres miradas a medias, y me dijo:<<Lee a José Carlos Becerra>>.

Hacia las cuatro de aquel día encontré un libro precioso, lleno de rugidos de hombres y angustiantes selvas. Hallé en Horacio Quiroga la caja de Pandora oculta en un baúl de rancho.
Entonces oí hablar al lector, al verdadero sin nombre, que es un fementido ser pensante entre líneas infinitas, translúcido como un relampagueante verso.
Hice un gran encadenamiento y este encadenamiento formó un acervo de palabras dentro de mi cabeza.
Este acervo irá siempre pegado a los poemas, y los poemas a los cuentos, y los cuentos a las novelas, como pegado va el apetito en el estómago de los caídos en el libro.
    Después leí un relato con ritmo de viaje. Acompañé en su pena a Bola de Sebo. Maupassant tiene frases tan perfectas que te hacen sollozar.
    Después tracé planes para fugarme de la universidad. Visitaba bibliotecas. Prestaba libros a domicilio.
    Después bebí un poco de angustia (a causa de Luvina).
    Después creé un personaje y la vida de ese personaje, lo hice vivir en un espacio y en un tiempo propios. Creé sus palabras, sus movimientos, sus sentimientos; pero a causa de las especulaciones de mis compañeros del taller, lo desvié de su rol temático y figurativo.
     Comencé a caer vertiginosamente. Tal es la fuerza de atracción de la lectura y del libro abierto.
     Podéis creerlo, el libro tiene más poder que la radio y la televisión.El libro abierto con todas sus palabras. Y esto te lo digo a ti, a ti que cuando lees haces pensar en El libro vacío.
    Mis lecturas se poblaron de usanzas y artificios que ennoblecieron mi espíritu. Amé leer.
     Y aprovechando este hábito, dejé crecer la vida silvestre en mi imaginación, exploré las horas antiguas. Viajaba:
   Los verdaderos libros son verdaderos amigos. La lectura es una lámpara encendida que apaga nuestra oscuridad.
     Se debe leer en cualquier lengua y en cualquier parte.
     Los cuatros libros imprescindibles son tres: el tuyo y el mío.
    Un libro es un caballo a galope suelto saltando comas.
   Un libro es una mula echada por sus signos.
     Un libro es un cortejo fúnebre que carga contigo.
     Huye de la ignorancia como de una hoja en blanco.
    Si yo no leyera al menos un libro por semana, me pondría a leer.
     Tomé mi libro y del borde de una línea me lancé a la atmósfera del último punto.

    Encontré a la musa sentada sobre el cuerpo de Tanilo, y me dijo:
     Soy una musa, la virgen de Talpa con manchas de tinta humana. ¿Ves las líneas de este cuento donde corre la sangre intacta de Rulfo?
     Mira mi Aura. Mis Cien años de soledad.
     Bella imagen: Helena parte a Troya. Dido se hunde en Cartago.
  Veo las puertas, la quietud, los corredores, las estrellas, el sol y la enorme Casa de Asterión.
     Veo a Borges y al otro Borges y al espejo donde se juntan.
     Ah, ah, soy un lector, un gran ocioso, sin noche ni día, sin más confidente sobre mi pecho que un pequeño libro constelado.
   De cada palabra apasionada de mis lecturas, hice nacer curiosos, que os dejo la tarea de bautizar como lectores.
   Lo sobrevivo todo, tengo mi cerebro forjado en lenguas de poetas.
     La biblioteca es el templo del lector: El laberinto de la soledad. Acércate a tu destino como al libro que te despertó de madrugada.
     Sé aquel que todo lo lee, el que mide el pulso del mundo como Chéjov o Dostoievski.
     Sé un poeta para que leas adentro de ti mismo. Elévate en alma y ensálzate en espíritu,
     Sé aquél que vuelve de su trabajo con un mundo por contemplar y una vida por contar, aunque tengas cincuenta años sin conocer a Saramago.

     En cada sitio hay una biblioteca cercana y una librería lejana. Visítalas, quizás seas tú el lector que nadie esperaba.
     Reúne todos los ríos, todos los campos y todos los mares con sólo alzar el libro en tus manos.
     Sé el instante inabarcable de una mirada abarcable. Recuerda que no hay nada más hermoso que un punto final así en el cuento de la existencia.
     Muchos libros son epitafios de ilustres hombres que pasaron desapercibidos. Hónralos con tu lectura.
     “La lectura es un viaje sin moverse”, dijo Octavio Paz, y me mueve el decirlo.
     De altura considerable son las primeras letras de un libro. Cae con ellas. Pues dentro de ti habrá una caída mayor y sin vértigo. Es la que todo libro espera. Toma el sol, el agua, la tierra que necesites, y ponte de pie como un gigante adentro de su semilla.

     La lectura echará raíces hasta lo más profundo de tu cerebro. Sentirás una multitud de pájaros echar el vuelo desde tus ramas.
     ¿Habéis oído? Ese es el aleteo de la creatividad.
     Abre la ventana del libro para que pase un zumbido de insectos sobre la página. Ese es el tiempo de oírte a ti.
     Lector, he aquí los caídos en el libro. Hundirás el rostro en las palabras y en el galimatías de tu pasado.
     Altolector, he allí la primera edición de la nada. Emprende tu lectura como un incunable desvarío.
     Autor, ojo por ojo como hoja por hoja: tu maravillosísimo minotauro puede hacer rodar nuestras cabezas.  
  Y el solitario libro espera en los estantes como el arrogante búho de vigilia interminable.   

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