BRADBURY: DE MUCHOS, UNO


Aunque no le gustara conducir al igual que a muchos escritores, Ray Bradbury no pasó por alto el tópico del automóvil en su obra. El asesino, El desierto, El peatón, La carretera, La multitud, etc., son relatos en los cuales este ícono industrial estadounidense encierra al ser humano frente a un volante que pareciera llevarlo hacia un futuro mucho menos glorioso que la Victoria de Samotracia. No ignoramos que el pavor de Bradbury por los autos, tuvo su origen en la infancia cuando presenció el trágico atropellamiento de una persona. Aquello le impactó tanto que jamás se interesó por tramitar una licencia de manejo. El contacto cercano con la muerte, y a raíz de ello, su consecuente gusto por las bicicletas, lo condujeron hacia una narrativa cuyos personajes transcurren entre el desasosiego, la melancolía, la nostalgia por el pasado y el desacato por lo moderno. Además, la bicicleta fue el vehículo con el cual se identificó por lo ecológico de su función y por servir estrictamente para el traslado de un sujeto. Este individualismo y aislamiento fueron rasgos característicos de su romanticismo. En la película Descubriendo a Forrester podemos apreciar algo de este culto cívico (por llamarlo de algún modo) en Bradbury, pues vemos a un personaje-escritor que transita en bicicleta por los barrios del Bronx. 



    Bradbury nació en Illinois en 1920, la década en la que el gobierno norteamericano estableció la Ley Seca y en la que Al Capone, montado en su Cadillac V16 comenzará a pasearse en compañía de sus esbirros por las calles de Chicago. Asimismo Charles Chaplin, quien dijo que <<más que maquinaria necesitamos humanidad>>, estrena The kid, una de sus dos mejores películas de los años 20. El argumento inicial de la cinta es la de una madre que abandona a su bebé adentro de un automóvil de lujo.



    Graduado de las bibliotecas y no de la universidad; Bradbury dijo de sí mismo que aprendió a leer a los tres años para disfrutar de las caricaturas: <<Amé las tiras cómicas, las caricaturas de los domingos y tuve un libro de cuentos de hadas cuando cumplí los cinco años, y me enamoré de la lectura, y de todas esas maravillosas historias como La bella y la bestia y Jack y la habichuela mágica>>. Así comenzó su fantasía. Los evangelios apócrifos cuentan que el niño Jesús para sacudirse su tedio se ponía a hacer palomas con el lodo y luego las echaba a volar. Borges en el prólogo que le dedicó al libro Crónicas Marcianas dice que Bradbury para desempolvarse de su tedio americano, echa a volar la imaginación, con la escritura de unos cuentos que ahora nos angustian y atemorizan porque nos prevenían (no preveían) sobre los vuelos espaciales, los robots, los walkman, los Ipads y sobre los autos parlantes.



    La imaginación de Bradbury no desfalleció en ningún momento de su larga vida. En lo albores del siglo XXI, vio con noble alma a los cochecitos: “Sojourner”, “Spirit”, “Opportunity”, avanzando con denuedo por el suelo marciano. Hechos extraordinarios que ni Philip K. Dick como tampoco Isaac Asimov pudieron atestiguar. Sin embargo, el autor de Fahrenheit 451, ya no alcanzó a vivir los siete minutos de terror por el aterrizaje del vehículo explorador “Curiosity”. Pero estaba enterado de esta serie de misiones espaciales porque ocho años atrás pidió que después de muerto sus cenizas fuesen transportadas al planeta rojo. De tal modo que es probable que los restos de Bradbury aterricen en un futuro en Marte. Allí donde la sonda Phoenix ya lo espera desde el 25 de mayo de 2008 pues un mini DVD que viajó con ella contiene el libro Crónicas Marcianas del autor.



    Marte fue el dios de la guerra de la mitología romana. Lo llamaron así porque visto desde la tierra su color era asociado con el de la sangre. Fue un martes 5 de junio el día en que Ray Bradbury falleció. Una novela que tituló De las cenizas volverás, pudiera expresar ese deseo suyo de que su cuerpo fuese incinerado así como se hacía en la antigüedad con todos los hombres importantes de Roma. Incluso el escritor en cierta ocasión se pensó como un ser con dos rostros igual al dios romano Jano. En Bradbury, una parte suya siempre estuvo en el pasado y otra en el futuro. A Jano también se le atribuye la invención del dinero. En el 2003, para lograr que los jóvenes estadounidenses valorasen la historia y geografía de sus estados, la moneda de veinticinco centavos dólar, perteneciente a Illinois, fue diseñada para mostrar en el anverso al primer presidente de los Estados Unidos: George Washington. De manera simbólica él representa la mirada hacia el pasado. En el reverso aparecía un Abraham Lincon saliendo del mapa estatal con un libro bajo el brazo. La imagen se asemeja a la puerta de una biblioteca. La inscripción grabada reza: “Tierra de Lincon”. Y bajo el año de emisión se cita la frase: "E Pluribus Unum". Como para abrir una puerta hacia el futuro bien pudo anteceder a la cita el nombre de Ray Bradbury. Sólo que en este caso la suerte ya estaba echada. Sin embargo, sabemos que, muchas veces en su caída: las monedas también suelen rodar.  

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