Luis Gámez y el cuento que galopa y golpea


Si para Oscar de la Borbolla el minicuento es una elipsis en forma de epitafio que resume la vida de las personas, en el libro Nicolasa en la villa de perros, podemos estar seguros que cada título estipulado por el autor, es una síntesis del cuento que lo acompaña. Después de todo, el título es un microtexto que nos pone en el umbral de la obra. Lo precede como una primera palabra. Estos títulos no son descriptivos como para señalar el tema de los relatos ni tampoco seductores como para cargarnos hacia el sentimentalismo. Varios de ellos son metafóricos porque golpean en el sentido recto de las palabras y las vuelven una muda conversación con el lector. A través de estos nombres de pila que le asigna a sus textos, el autor va desde un principio en búsqueda de las características propias de la brevedad. Estas como bien sabemos son: 1. La autonomía de lo narrado, 2. La concisión, 3. La intensidad expresiva. Por lo tanto hallamos en los títulos el primero de los recursos estilísticos que sorprenden en Gámez. Ellos son muy cercanos al cine, donde lo que se narra tiene que estar previamente encerrado en una esfera, caben solamente palabras sueltas, sintagmas, pero sin llegar a un sentido gramatical total que haga de ellos un epígrafe o una cita. En cuanto al contenido del libro, es el pugilismo el tema dominante; con lo que Gámez toma muy en serio aquella frase memorable de Cortázar de que “si la novela gana por puntos, el cuento debe ganar siempre por knockout”. Con este referente que menciono y como si estuviéramos abajo de un ring, podemos leer relatos como el de La cabeza, Cleto Seyer y el rostro del espanto, El hombre más fuerte del mundo, y La oscuridad que galopa y golpea. El lector se enfrenta con la psicología que tienen los personajes, mientras que el autor se vale del narrador omnisciente, para hacer a un lado los ambientes y argumentos vanos, y nos concentra en el carácter, en la aptitud y actitud del personaje, lo cual provoca que nos sintamos metidos en el papel de Cleto Seyer y en tantos otros. Cuentos como Correr y ganar y Hábitos del viudo Neftalí, pueden encuadrarse también dentro del pugilismo literario, pues libran peleas teológicas y existenciales. Sin salirnos de este punto hay también una constante que Gámez asigna al resto de los personajes de su libro. Me refiero a ese sin destino que acompaña a los boxeadores. Importa dónde están parados hoy, no mañana. Es aquí donde una casa, una banqueta, un gimnasio, una fiesta, es también un ring o un hipódromo donde se galopa y golpea. 


     Dentro de la tradición literaria, Gaméz pretende quizás permanecer en la escritura del cuento corto o en el de la llamada minificción. Lauro Zavala ha definido a este tipo de textos como una narrativa que cabe en el espacio de una página. Luis Gámez con sus minificciones, prosigue entonces una tradición que en México nos viene desde Julio Torri, pasando por Alfonso Reyes, Juan José Arreola, Edmundo Valadés, Augusto Monterroso, y el mismo Octavio Paz. Cuentos que en nuestra contemporaneidad han sido cultivados por Rene Avilés Fabila, Ethel Krauze, Guillermo Samperio, Oscar de la Borbolla y tantos otros. Esta economía del lenguaje, no es una fórmula reciente, pero si útil, que se debe quizás a una crisis social que nos apabulla y a un tiempo nos consume. Lauro Zavala cree que el retorno a este tipo de cuentos: “Son una consecuencia de nuestra falta de espacio y de tiempo en la vida cotidiana contemporánea, en comparación con otros periodos históricos. Y seguramente también este auge tiene alguna relación con la paulatina difusión de las nuevas formas de la escritura, propiciadas por el empleo de las computadoras” 

     Dentro del estilo de su discurso, Gámez experimenta mucho con el tiempo. La mayor parte de sus cuentos inician ya en in media res, es decir, comienza ya con un punto medio de la historia, no le antepone un inicio clásico, lo que sería una presentación formal de los actores, sino que les adjudica un clímax. De allí puede proseguir con una analepsis o retrospección, o hacer uso de un presente mediato. Ejemplos de esto que menciono son los cuentos Otra forma de justicia y El hombre más fuerte del mundo. El primero, Otra forma de justicia nos recuerda el comienzo de Macario de Juan Rulfo. El autor al confundirse con el narrador que está en primera persona, le da mayor verosimilitud a la historia, pero el personaje no espera que se escapen ranas, sino locos, y tampoco espera matar a esos batracios, sino matar al tiempo. Tiempo que va saltando de conversación en conversación, hasta culminar en un teléfono celular como una forma de intertextualidad. Como segundo ejemplo en El hombre más fuerte del mundo, el tiempo de inicio es también un presente mediato con una clara cronología del cuento. Todo acontece en un día completo, pero vamos conociendo los acontecimientos de esas horas conforme el personaje trota en su rutina. Dentro de la trama, que es intensa y breve, descubrimos la trampa de Gámez hasta las últimas líneas. Y cuando creímos saber de quién se está hablando, en realidad el tiempo se ha gastado y lo hemos descubierto en el desenlace, pero ya es un tiempo nuestro que nos pertenece, y que se ha quedado en nosotros como una epifanía. 

     En cuanto al título del libro Nicolasa en la villa de perros, el autor contextualiza tácitamente el entorno físico en el cual transcurren la mayor parte de los relatos, lo cual permite que el lector se impregne social, cultural y lingüísticamente con la obra; pues la semántica de la palabra Villa, desempeña una función ubicativa y referencial. El nombre de Nicolasa nos propone a su vez el grado de participación que los personajes femeninos tendrán en toda la obra. Asimismo el título es a su vez un metatexto porque forma parte de un cuento en el libro.

     Finalmente, no podemos pasar por alto la ironía en la narrativa de Gámez, que aunque ésta no resulta ácida como en Lizardi o Ibarguengoitia. Deducimos que hay un decir que no se dice explícitamente. En este caso me parece que ella se manifiesta en un contraste entre lo esperado y lo que realmente acontece. Claros ejemplos de esto son los cuentos Rock and Trova, El mejor insecto, y La Meta es el limbo. Y ya hablamos de los títulos metafóricos en el autor, que sumados a la ironía en el que se desarrollan ciertos cuentos suyos, caemos en la cuenta, o mejor dicho en la lona, de que ambas: metáfora e ironía, no soportan largos párrafos, sino únicamente unas breves líneas como rounds de lectura. Estos lo saben los escritores, los editores, los lectores y también los niños: metáforas, títulos, ironías, deben ser entrecruzamientos de un discurso pequeño. Discurso que busca siempre dar en el blanco, como una estrategia de lectura, que en opinión de Lauro Zavala, nos llega como un golpe verbal en las esquinas de este milenio.

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