CRÓNICAS DEL ESTROPAJO 1: Arquitectura y pasajes

Me he sentado bajo el techo arquitectónico del Teatro del Estado. Veo frente a la explanada, la estatua de un famoso general en su habitual posición bípeda. Si durante el día la contemplamos desde la puerta de entrada al teatro, la figura parece un 'pegman' que esperara eternamente bajo una palma real. Así se le mira en Xalapa a las tres de la tarde y con posibilidad de lluvia. Con relación a lo anterior, en varias calles de esta ciudad se ha puesto en marcha el programa vial 1x1. Medida que a todas luces favorece al automovilista pues el peatón (si no es domingo) debe arrojarse a la calle de forma temeraria al 15x10, cansado de esperar a que algún conductor(a) le ceda pacientemente el paso
     Por mala fortuna, en no pocas ciudades mexicanas he sido testigo de manera constante sobre las violaciones hechas a la banqueta. El lugar más sagrado para el peatón como lo es burladero para el torero. Y Xalapa no es la salvedad del asunto. Pues he visto por ejemplo que si no hay una suburban gubernamental sobre la acera obstaculizando el paso, exponiendo por obvia razones la seguridad del peatón, puede estar como reemplazo el auto de ese (a) habitante, cuya residencia sabemos de antemano que carecerá de cochera por toda la eternidad.  O puede el mismo desafortunado peatón, toparse con arriates o botes de basura que en vez de ayudarle en su tránsito lo paralizan en su marcha por la mala ubicación de los mismos. Agreguemos a todo esto, a ese ciudadano que necesita todo lo ancho de la banqueta para cumplir sin obstáculos con el paseo recomendado para sus dos pit bulls. Agreguémosle también al caminar de este transeúnte, la presencia de los desubicados postes de luz, de las encimosas casetas telefónicas, del hambre de raíz de algunos árboles, los estacionamientos sorpresivos, etc. Debido a esto, he recordado que anteriormente la peatonería y la arquitectura emergieron como gemelos poniéndose de acuerdo para nacer, pues debían ayudar en trasladarnos puntual al trabajo, a la escuela, a la casa, al templo, al café, al bar, al motel, etc. Bien es cierto que, de la poética espacial del hogar, uno sale vivo a la calle para adiestrarse en los peligros del alma vagabunda como la de los gatos. Pero esta relación íntima y gatuna que sacamos de casa, nos hace maullar sin remedio al encontrarnos frente a las calles de la ciudad. Estará la causalidad de esta afectación anímica en los adoquines modernos de las aceras, en el ruido irreversible de los autos, en los grafitis de las paredes, en los anuncios espectaculares, en los colores de esas casas cercanas a la nuestra adonde nunca entraremos; la pregunta tal vez queda resuelta si pensamos un poco en la arquitectura derruida. Tan sólo recordemos cómo Octavio Paz en su obra El mono gramático, construye de entre las ruinas de un templo una bella prosa poética. Paz, describe con nostalgia un paisaje derribado del cual sólo quedan, un arco que las ramas de las hayas han erigido y unas torres que el aire ha edificado... 


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